Como de costumbre, en mi maldito laboratorio subterráneo, enterrado en algún lugar del subconsciente colectivo, enciendo mis más horribles teorías para nunca mostrarlas ante nadie. A veces creo que estoy malgastando los poderes heredados por parte de mi padre. Racionalmente hablando, estoy haciéndole un bien a la humanidad. ¿O no?.
Abandonaré mi relato experimental para introducirme nuevamente en una nueva aventura ficticia plagada de héroes carentes de sueños.
Hace aproximadamente tres semanas, comencé a notar un crecimiento anormal en una de las plantas Aloe Vera de mi jardín. Analicé el fenómeno durante varios días y decidí inclinarme por cortar el problema de raíz. Sinceramente, tenía miedo de que dichos brotes mutaran y me atacaran en la tranquilidad de mi sueño.
Armado de valor, tomé la cinta de teflon que sobró de mis peripecias plomerísticas y até varias ramas de este extraño desarrollo para quemarlas luego junto con mis fotos antiguas.
Tomé papel de diario y dispuse el atado sobre el. Armé todo muy prolijamente para intentar ser solemne ante la derrota de tan imaginario enemigo.
Con mi encendedor alumbré las hojas de papel y me dispuse a observar. Al cabo de unos segundos de pensamiento intrahospitalario y fuego a discreción, casi pude escuchar el lamento de las mutaciones. Parecían felicitarme o saludarme por un hecho sumamente extraordinario que ocurre sólo una vez por año. Feliz cumpleaños.
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