miércoles, 14 de diciembre de 2011

Telas De Vidrio Sobre Pelapapas

 En el día de la fecha, ha llegado ante mí un curioso presente. Se trata de una carta cuyo remitente es completamente ilegible, no así su destinatario. Decido abrir la carta, aunque no muy convencido de querer hacerlo. De hecho, me siento tremendamente incómodo con el hecho de abrirla. No sé que factores me llevaron a querer hacerlo. Repasemos mi día, quizás de esa forma, encontremos una respuesta.
 Desperté, como todos los días, con un horrible dolor en el cuello. "Una vieja herida de guerra...", pensé. No recordaba sin embargo haber estado en combate alguno. Me levanté y caminé hacia el baño, donde pude observar que las hormigas habían encontrado la forma de llenar mi lavabo con ramitas. Esto me enfureció. Cegado por el odio, me encaminé a los saltitos hacia la cocina y tomé el cuchillo más grande que pude encontrar. Luego, llevé mi furia ciega nuevamente al baño para poder así acabar con mis enemigos. 
 No pude evitar fijarme en que las inocentes hormiguitas habían mutado durante mi corta ausencia y habían engendrado a 200 feroces guerreros. Todos estaban ahí, en mi diminuto baño de monoambiente, listos para aniquilarme. Me tomé mi tiempo y comencé con los cien primeros. A los diez minutos de dar comienzo a la suelta de destrucción y barbaridades encerradas en mi, me encontré con los cadáveres despedazados de cien horribles enemigos.
 Hice una pausa para desayunar y recobrar fuerzas. Por suerte los guerreros-hormiga no parecían dispuestos a salir del baño.
 Terminé mi desayuno y ya con mis fuerzas renovadas, corrí hasta el baño a concluir con mi sanguinaria tarea, después de todo, necesitaba usar el baño. Soy humano, carajo. 
 La segunda tanda de insecti-soldados, me llevó menos tiempo que la primera. "Le estoy agarrando la mano a esto..." Pensé.
Concluída la faena, sólo me quedaba acabar con las cinco ridículas hormigas que habían causado semejante alboroto. Un buen pisotón hubiera bastado en cualquier caso. No en éste. Varios días duró la lucha, que fué cruel y mucha. La sangre corría en ríos sobre el pasillo que comunica el baño con el resto de mi pequeño departamento. Las tumbas de hormigas se multiplicaban con el correr de los días. A pesar de ser sólo cinco, al concluir la batalla, pude contar mas de un millón de diminutos féretros. 
Esto hizo que, mágicamente, una nueva industria florezca en mi baño. Los fabricantes de ataúdes de hormigas parecían aparecer desde abajo de la tierra.
 Estoy cansado. Otro día lo terminamos.

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