martes, 5 de julio de 2011

Astronautas En El Sendero Del Limbo

  Como de costumbre, la peor situación con la que puede encontrarse un ser humano es justamente la mejor si la miramos desde el lado opuesto. Aclaremos un poco el panorama. La siguiente historia podrá bien servir o no para la mejor comprensión de mi teoría.
  Aún se encuentran en mí los recuerdos de aquella espantosa noche de febrero. Si pienso en los hechos, es como volver el tiempo atrás y encontrarme nuevamente con ese insoportable calor y las manos cubiertas de sangre. Mi sangre. Bah, mas o menos.
  Todo comenzó alrededor de las tres de la tarde. Ese día, fue especialmente agitado en mi trabajo, ya que varios de los proveedores no habían logrado hacer entrar sus camiones en mi pequeño depósito. En resumen, volvía yo a mi casa, agobiado por el calor y realmente muy cansado. Tanto que me costó encontrar el camino de regreso y rápidamente me encontré parado frente a una pared en un lugar desconocido de la ciudad.
  Al cabo de dos horas de estar parado en ese lugar mirando la pared, decidí dar la vuelta e intentar encontrar alguna referencia que me ayudara a llegar a mi casa. En ese momento, noté que al cabo de dos horas, una nueva pared había sido levantada justo a mis espaldas. Estaba atrapado entre cuatro paredes con el espacio suficiente como para caminar unos tres o cuatro pasos en cualquier dirección. La altura de los muros era tal, que no podía tomar carrerita como para saltar por encima ni nada parecido, además, acostumbro dejar mis herramientas en mi lugar de trabajo. Maldita costumbre.
  Con el correr de los días, mi situación comenzó a tornarse un tanto insoportable. No podía creer que nadie notara mi ausencia. La ausencia de mi presencia. La ausencia de mi... Bueno, creo que se entiende. 
  Al cabo de una semana, recordé haber anunciado unas largas vacaciones por la costa que incluirían en su recorrido Las Toninas y Azul. Probablemente por eso nadie se haya extrañado de mi desaparición repentina. Con eso quiero decir que recuerdo las cosas una semana después de haberlas hecho y que mis vacaciones comenzarían hoy mismo.
  Un mes pasó ya desde mi accidental encierro. Si aún no he muerto de hambre ni de sed, es pura y exclusivamente gracias a una vecina que sintió lástima por mí y arroja periódicamente las sobras de su comida y pequeñas botellitas con agua que he decidido llamar Ositos. Creo que en mi actual condición, puedo permitirme llamar a las cosas con el nombre que se me venga en gana.
 Cien días en total estuve atrapado allí, en ese horrible hoyo de perdición en el medio de mi hermosa ciudad. Por cuestiones de espacio, saltearé algunos capítulos con el fin de llegar rápidamente al desenlace de esta absurda historia.
  Al llegar al día noventa y nueve, mi amigable y circunstancial vecina se había aburrido de mí y había decidido mudarse dejándome sólo con un plato de sobras y dos Ositos. Terminé de comer y destapé mi primer Osito. Al llegar a la mitad, ya me estaba preguntando si no debería racionar el agua, ya que no sabía si tendría alguna oportunidad de salir de allí o de recibir alguna clase de atención.
  Acabé con el Osito y guardé el otro para más tarde. El calor era tal que a los cinco minutos ya estaba abriendo el último al borde de la deshidratación.
  Comencé a beber desesperadamente y pude notar en ese momento la presencia de un diminuto astronauta en el interior de mi Osito. Arrojé el Osito inmediatamente en medio de un ataque de pánico.
   El pequeño viajero del espacio salió de su prisión milenaria y se dirigió hacia mi portando un extraño artilugio en su mano derecha. Al llegar a mi lado, lo apuntó hacia la pared y ahí entendí que se trataba de un arma. También pude observar de cerca a este pequeño personaje y noté en seguida que se trataba en realidad de un camello horriblemente deformado vestido como un astronauta. Realizó una serie de disparos con su arma abriendo un agujero en la pared lo suficientemente grande como para escapar.
  Sin dudarlo, huí rápidamente por el agujero olvidando a mi salvador detrás. Me disparó por la espalda hiriéndome en el hombro izquierdo. Esto cubrió mis manos con sangre rápidamente.
  Al llegar a casa, tomé una ducha y cosí mi hombro lesionado con aguja e hilo. Lo hubiera pegado con La Gotita, pero sangraba demasiado. Me acosté y dormí durante una semana y tres días.
  Creo que con esta breve y concisa historia queda demostrada la teoría planteada en el primer párrafo. Si no se entiende, pueden probar releyendo el texto unas cien veces o pueden enviar sus consultas a: meimportaunamierdasinoseentendiónadadeesto_seguroquenolevantoelmailnienpedo@hotmail.com